La historia cuenta que fuera del portillo que había muy cerca de la Latina, vivia en una alquería un alfarero que tenía una hija de constitución débil llamada Sancha. El alfarero era conocido como "el tío Daganzo", por ser natural de Daganzo de Arriba, y su hija Sancha era apodada "La Daganzuela", que tenía el trabajo de bajar todos los días al río a por agua.
Un día que pasaba la reina Isabel I por la zona, pidió agua para aplacar la sed el camino del camino. Entonces, Sancha se acercó con el cántaro y se lo ofreció a la reina.
La reina, al ver reflejado en la cara de la "daganzuela", el esfuerzo que supondría volver al río por el agua, ordenó a un lacayo que vertiese el agua del cántaro por la calle según iba caminando y todo lo regado sería un regalo que la reina haría a Sancha. Todo ello pasó a llamarse calle de la daganzuela, que, con el paso de los años, y a causa de la voz popular, derivó en “la Arganzuela”.